Foto de los semicordimarianos. Mi padre en el centro sujetando el sombrero |
Algunas veces, los estudiantes, que ya digo se preparaban para ser sacerdotes, nos preguntaban si nos gustaría estudiar para cura. No me lo planteé nunca, pero a mis 11 años aquello de estudiar esa carrera tan compleja me parecía una cuestión inalcanzable. Los claretianos, compaginaban sus estudios de teoría con otros que podían denominarse como clases prácticas. Es decir, aprender a “lidiar” con el personal. El personal, de momento, éramos nosotros que teníamos mucho que torear. Para éstas prácticas crearon una Asociación de jóvenes llamada Cordimariana.
Llevar a cabo esta tarea pastoral,
y atraer aquella juventud un tanto aletargada, en una sociedad que carecía de casi todo, fue una tarea
relativamente fácil. Se necesitaba un espacio físico, y para ello nada mejor que poner un campo de
fútbol para toda aquella legión de pequeños y jóvenes que teníamos pocos sitios
donde ir, además gratis total. Habilitaron, en una parcela de su huerta, un
pequeño campo de fútbol, pero que a
nosotros nos parecía el Santiago Bernabéu. Esto era para la parte deportiva,
que era la que mas valorábamos por entonces.
Luego había tres habitaciones,
bastante amplias, para las muchas actividades que allí se realizaban. Dichas
dependencias tenían su entrada por el extinguido pilar “El piojo”. A la
izquierda había una habitación que servía para las charlas que nos daban, y
también para algunas películas que nos echaban con una máquina de 15 mm. Desde
luego películas para todos los público. Ahora recuerdo la que se lió con una
película 3R que pusieron en el Salón Romero. Su título era Trapecio, donde Gina Lollobrigida, ligerita de ropa, pues
su papel era de una estupenda trapecista; mantenía dos amores al mismo tiempo
con Tony Curtis y con Burt Lancaster. Aquello era un pecado mortal de los
gordos. A los que se atrevieron a ir les costó la expulsión, por lo menos
temporal, de aquélla asociación cordimariana, y digo temporal porque con una
confesión arrepentida con el Padre Urquiri ya podías volver.
Las otras
dos habitaciones, que quedaban a la derecha de la entrada, estaban habilitadas
para jugar al ping-pong y al billar, aunque al billar casi ni lo olíamos
porque lo copaban siempre los mayores, o sea, los cordimarianos y nosotros
éramos semicordimarianos. “Semi” nos decían para abreviar. Aunque los había más
pequeños: los infantes. Estos ni billar ni ping-pong ni nada. Allí existía la
ley del más fuerte. Claro que siempre podían existir algunas excepciones...(continuará)
gracias marga por hacer realidad algo que a papá le estará conmoviendo allí donde esté:compartir sus escritos y saber que estamos orgullosos de él y que nunca nos despediremos. te quiero, hermana.
ResponderEliminarMe he emocionado Isa. Ojalá sea verdad que de alguna manera le ha llegado este blog y lo que supone para nosotros. Te quiero hermanita pequeña
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