POR ROGELIO MORENO SÁNCHEZ.

En este espacio quiero compartir las vivencias que escribió mi padre sobre su infancia. La muerte nos lo arrebató hace poco y estas pequeñas memorias quedaron inconclusas. Las escribió para compartirlas con todos aquellos que le querían a él y a su Zafra y esta red infinita permite que esto pueda ser una realidad.


lunes, 24 de septiembre de 2012

Parte IV

El del medio, en la parte inferior es mi padre


El punto más alto de la efervescencia deportiva ocurría cuando se disputaban una especie de campeonato con seis o siete equipos, que se encargaba de confeccionar el padre Domínguez. Los equipos se denominaban por el nombre del capitán. Así teníamos el equipo del Piédrola, del Carrasco.... Jugábamos como una liguilla, es decir competíamos todos contra todos y el campeón ganaba una tarta. Se pueden imaginar la competitividad que existía. Vamos que todos los partidos se jugaban como un Madrid-Barça de ahora. El padre Domínguez se las veía y se las deseaba para aplacar los encendidos ánimos, porque la rivalidad era grande. Luego los curas eran generosos, y cuando terminaba el campeonato además de la tarta para el campeón, a todos nos daban una merendola que nos  sabía a gloria bendita. Por eso nos las daban. En la merienda cada uno tenía su sitio porque ya se encargaban, no sé  quién, de ponernos un letrerito en cada plato con el mote o sambenito que cada uno teníamos. A mí me titulaban “el tonto del Bilbao”, porque yo por entonces era muy del Atleti, como la mayoría de aquella juventud que nos entusiasmaba la delantera formada por Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza.

Cuando iba a cumplir los 12 años los curas nos anunciaron que sería muy bueno para nosotros que compráramos unas botas de fútbol. Su coste 26 duros, o sea, 130 pesetas. ¿Y quién tenía ese dineral? Muy pocos. Así es que los más entregados a la causa del fútbol nos pusimos en aquel verano del 52 manos a la obra para ahorrar, porque las botas las traerían los Reyes en el 53. Perra gorda a perra gorda fui metiendo en una caja de cartón el poco dinero que caía en mis manos. La cajita ahorradora me la guardaba mi madre para evitar tentaciones. Lo malo fue que, en medio de este tiempo de ahorro,  se presentó la feria de San Miguel. La Plaza España y Plaza del Alcázar se llenaron de cacharritos. A ver quién era el guapo que se resistía a gastar una peseta ante tanta atrayente provocación. Yo aguanté unos pocos días sin gastar nada, pero caí en la tentación de echar una perra gorda en un juego...(continuará en la parte V)


No hay comentarios:

Publicar un comentario