...Consistía dicho juego en un baño grande lleno de agua, dentro del recipiente había unas tablitas. Tenía que tirar la perra gorda al baño y que la misma cayera en una de las tablitas. Te regalaban una botella de vino o licor, que supongo haría el mismo feriante en su trastienda. Lógicamente, mi perra gorda no cayó en el sitio pretendido y yo me fui con un cabreo monumental y mala conciencia a mi casa.
Llegaron las esperadas Navidades
y por consiguiente los Reyes Magos. El día 6 de enero, los doce o quince que
dimos nuestras 130 “pelas” estábamos en las puertas del Rosario como un clavo.
Pasamos a las dependencias y allí el Padre Díaz fue nombrando a los afortunados
que nos habían “regalado” los Reyes las ansiadas botas de fútbol; que nada
menos las habían mandado a pedir a Zaragoza. Estaba nervioso y veía que
nombraban a unos tras otros, y mi nombre no lo pronunciaba el cura Díaz. Todos
tenían sus botas e iban abriendo sus cajas con gran alegría. Ya sólo quedábamos
dos por recibir las botas, Adrián Hernández y yo. “Adrián Hernández, toma” dijo
el cura. Bueno he sido el último pensé. ¡Que le vamos hacer! Me quedo mirando y
el cura me hace un gesto, como diciendo: “Se acabó, ya no hay más”. Bueno aquello era demasiado
para mí. En un momento se me acumularon en mi sesera todos mis pensamientos más
negativos: Mis 26 duros. Mis sacrificios
para juntar el dinero.¡ Qué me diría mi madre! ¡ Cómo se reirían de mí todos
los amigos! Y es más ¿dónde estaban mis 26 duros? Cuando el padre Díaz,
presintió que iba a estallar, levantó su mano derecha, como diciendo ¡Alto ahí!
Y con la siniestra sacó una caja donde estaban mis botas. ¡Qué maravilla!
Aquéllas botas me parecieron un tesoro, ¡lo más grande que había tenido
jamás!Desde luego nada comparado con los últimos modelos que usan las
superestrellas de ahora. Cómo jugábamos en campos de tierra las botas venía con
spaig (no sé si se escribe así). Eran unas tiras de cueros clavadas en la
suela. La verdad es que ahora me pregunto para que servía aquello; aunque
creo que era para evitar resbalones y también para resguardar las propias
suelas. Cuando las estrené me consideré un futbolista de verdad. Hasta le daba
con más fuerza al balón, desde luego no eran las sandalias que me compraba mi
madre en casa Avelino, aquello era otra cosa me hacía sentir más importante,
futbolísticamente hablando. (continuará en la parte VI)
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