POR ROGELIO MORENO SÁNCHEZ.

En este espacio quiero compartir las vivencias que escribió mi padre sobre su infancia. La muerte nos lo arrebató hace poco y estas pequeñas memorias quedaron inconclusas. Las escribió para compartirlas con todos aquellos que le querían a él y a su Zafra y esta red infinita permite que esto pueda ser una realidad.


viernes, 26 de octubre de 2012

Parte VII


Otra cuestión, que a nosotros nos llamaba mucho la atención, era ver a los futuros curas pasear en invierno. Aquello no era pasear, era un paso ligero y al mismo tiempo iban frotándose las manos con gran fuerza. Con la palma  de la mano izquierda, restregaban los nudillos de la derecha, y luego al contrario. Así  hacían  para mitigar el intenso frío que soportábamos. Claro está, la calefacción por aquélla época no sabíamos que existiera. Los braseros de picón eran las “estrellas” calentitas del momento. ¡Y cómo lo agradecíamos cuando llegábamos a casa, y echábamos una “firma”!
Como ya digo carecíamos de muchas cosas y como se dice ahora, no teníamos las necesidades prioritarias cubiertas. Por eso, cuando llegábamos al Rosario y entrábamos en las dependencias destinadas a la Asociación Cordimariana, como éstas estaban muy cercana a la cocina de los curas, de allí nos llegaba una aroma de buena comida que hasta nos alimentaba. Claro echándole mucha imaginación al asunto. Y es que la verdad en la comunidad claretiana tenían unos hermanos cocineros que ríete tú de Arguiñano. Algunas veces, yo creo que viéndonos la pinta que teníamos de guardar un régimen alimenticio forzoso, nos obsequiaban con algún que otro bocadillo de mortadela.
A continuación de la entrada a las dependencias, estaba el extinto pilar de “El Piojo”, que siempre agradecíamos que estuviera  allí porque tenía un agua muy rica además de fresca, que nos venía de “perla”, sobre todo cuando apretaba el calor y habíamos terminado de jugar algún partido de fútbol. No existían ni las Fantas, y tampoco las Coca colas. Solamente se habían inventado las gaseosas de Rogelio, pero en tomarlas ni pensábamos. ¡Era un lujo innecesario!
Frente al pilar “El piojo”, había un remedo de vivienda, que no pasaba de ser una caseta. Allí vivía “la Peleca”, nosotros le teníamos cierto respeto, a esta mujeruca que siempre se la veía rascándose  por todo su cuerpo, aunque yo creo que era mitad temor y otro tanto de repulsión. La verdad es que se lavaba poco, y eso que tenía el pilar enfrente. La pobre mujer malvivía en aquellas cuatro paredes de una forma indigna. Los más mayores se mofaban de ella de una forma un tanto cruel: “Peleca, Peleca...,   la llamaban, y ella les tiraba lo que tuviera en sus manos maldiciendo y jurando en arameo, porque la verdad es que se le entendía poco toda la retahíla que largaba por su boca (continuará en la parte VIII).

No hay comentarios:

Publicar un comentario