POR ROGELIO MORENO SÁNCHEZ.

En este espacio quiero compartir las vivencias que escribió mi padre sobre su infancia. La muerte nos lo arrebató hace poco y estas pequeñas memorias quedaron inconclusas. Las escribió para compartirlas con todos aquellos que le querían a él y a su Zafra y esta red infinita permite que esto pueda ser una realidad.


sábado, 1 de diciembre de 2012

Parte XII. Mi calle


Mi calle desembocaba en la plazoleta, que entonces llamábamos “El paseo de la viudas”. La verdad es que no sé el porqué de esta denominación, pues yo no vi por allí ninguna desconsolada paseando nunca (habrá que preguntárselo a Croche, que es el que más sabe de estas cosas). A dicha plazoleta, íbamos todos los chicos de las calles adyacentes .Como todavía no se habían inventado los videojuegos, teníamos que tener la imaginación activa inventando juegos o historias. Éramos felices, sin la menor  veleidad de progreso. Vivíamos de maravilla sin televisión y sin lectores DVD dolby digital.
El más galán, mi padre

 Allí nos divertíamos con multitud de juegos, aunque en algunos me quedaba de espectador, porque los consideraba un tanto violentos para mi escasa complexión física. El “burro”, sobre todo, no me gustaba nada. Consistía el juego en formar dos equipos, y el  bando que se quedaba, se tenían que poner simulando un burro. El primero se agarraba a una ventana y los segundos terceros, cuartos... se agarraban por las caderas, poniendo la cabeza en el pompis de su antecesor. El equipo contrario saltaba, una a uno, encima del simulado burro, hasta estar todos encima. Allí arriba había que aguantar, pues cuando algún “caballero” caía, su equipo se convertía en “burros” y los contrarios pasaban a la ofensiva. Otras veces los que estaban encima aguantaban y los de abajo sucumbían ante el peso que tenían que soportar, y siempre con la algarabía de los vencedores Así hasta caer extenuados, unos y otros.

Practicábamos muchos  juegos, como la billarda o el gua, menos violentos, aunque a mí ninguno de éstos me gustaban en demasía, ya que era, en comparación con mis amigos, un poco torpe. En el gua había verdaderos “artistas”, daban unas “pelás” a las canicas a gran distancia. Se jugaban con bolindres de china, que eran para “las pelás”, y otros más modestos de barro, que se tenían para el pago cuando perdías. Desde luego yo jugaba poco, pues rara vez ganaba. Si tenía algún botín de bolindres era porque los canjeaba por los cromos de futbolistas que tenía repetidos. También estaba el juego del “rescate”. Aquí si tenía mi chance, porque siempre he corrido mucho, y como era pequeño me escondía en cualquier abertura.  

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